lunes, 30 de junio de 2014

La insoportable levedad

Un pequeño insecto se posa en el trackpad de mi portátil, y al tratar de apartarlo sin aplicar fuerza alguna, sin ánimo de destruirlo, mi gesto lo convierte en un diminuto manchurrón alargado, apenas una salpicadura de vísceras microscópicas que limpio ceremonialmente con un dedo mojado de saliva.

viernes, 27 de junio de 2014

Paraíso

Un prado verde cerca del mar.
Un libro abierto de cualquier manera sobre la hierba.
Duermo.

miércoles, 25 de junio de 2014

La cuestión

Yo me moriré, y después se morirán mis hijos, y también los hijos de mis hijos, mis nietos, si es que los tengo alguna vez, etcétera.

Pero esa no es la cuestión, la cuestión es que esta tarde ha llovido mansamente y por unas horas Túnez se ha convertido en Irlanda, el somontano de Huesca en un verdadero norte y mi desesperación termostática en un recuerdo reciente aunque, ay, premonitorio.

Y ésta, perdóname, tampoco es la cuestión, la cuestión es que la lluvia es inmortal. El sonido que hace, su olor, el modo en el que de pronto nos recuerda que vivimos en un planeta y no en el decorado de un planeta. Confío en que miles de millones de personas puedan disfrutar de la lluvia en el futuro como yo la disfruto ahora, y al pensar así caigo en la cuenta de que mi experiencia no es sino un adelanto de la experiencia de quienes vendrán cuando yo ya no exista, porque la lluvia, el viento y las nubes que nos sobrevuelan a kilómetros de altura nos sobrevivirán a todos, de eso no me cabe la menor duda.

Claro que, en realidad, la verdadera cuestión es la siguiente: llovía y me asomé a la pequeña galería del apartamento. El termómetro había descendido cinco grados como mínimo. En el edificio de la acera de enfrente, dos o tres pisos más arriba que el mío, un hombre tan gordo como yo, también vestido con pantalones cortos y el torso desnudo, disfrutaba de la lluvia. Yo sabía que era búlgaro porque una vez lo atendí en mi trabajo y tengo muy buena memoria para las personas. En un momento dado se cruzaron nuestras miradas pero no hicimos ningún gesto, nada. Llovía y era maravilloso oír el sonido de la lluvia sobre las hojas de los árboles y las carrocerías de los coches aparcados en la calle.

lunes, 23 de junio de 2014

Secretos

Desde hace unas semanas vivimos solos mi hijo y yo. Nos entendemos más o menos bien. Yo todavía no he olvidado cómo era a su edad y sé que lo que entonces quería era, básicamente, que me dejaran en paz. No existe otro secreto.

Este fin de semana han venido ellas: su madre y su hermana; mi mujer y mi hija. No es por nada pero cuando las mujeres que queremos aparecen en nuestro hábitat masculino todo cambia, y no sutilmente. De pronto hace aparición el sentido común, por ejemplo. De pronto debemos estar atentos a sus expectativas en cuanto a la expresión espontánea de nuestros sentimientos, por ejemplo, y todas nuestras reacciones básicas, sobre todo las más instintivas, son susceptibles de ocasionar un conflicto que, por supuesto, seremos incapaces de comprender aunque simulemos hacerlo.

Os queremos. Creedme, os queremos con toda nuestra oportunista y muscular sensibilidad; os queremos con toda sinceridad mientras nos sumergimos temerosamente en vuestros preciosos ojos preguntándonos cómo es posible amar así a alguien tan distinto a nosotros.

jueves, 19 de junio de 2014

Variaciones

A mí me gusta el fútbol. Es algo incomprensible porque yo siempre fui el último niño en ser elegido cuando se hacían equipos en el patio del colegio. Era tan malo. Nunca se me dio bien el ejercicio físico, así que comprendo que en aquellos diminutos mercados esclavistas fuese la última opción. De hecho llegué a odiar el fútbol y, en general, todos los deportes, por lo que intrínsecamente tenían de competición cruel y sin paliativos (un mundo donde sólo valía la victoria no era el mejor para alguien como yo).

Pero muchos años más tarde llegó a este planeta un nuevo pasajero llamado Carlos Miramón Puértolas y, por alguna misteriosa y aleatoria conjunción de cromosomas de parientes lejanos, resultó ser un ferviente seguidor del fútbol. Fue a través de su interés que yo, por estar a su lado, para que pudiera compartirlo conmigo, me aficioné a lo que tanto había desdeñado en mi infancia y juventud, y la rutina prendió de tal modo que ahora, cuando ya tiene diecisiete años y vuela cada vez más lejos de mí, continúo viendo los partidos disfrutando de los equipos que juegan bien, sean del equipo o del país que sean.

Uno nunca sabe. Entre el niño que quedaba el último en la pared del patio del colegio y el paquidermo que escribe ahora mismo estas palabras han pasado más cosas de las que puedo recordar, casi todas inimaginables, casi todas maravillosas.

Tic-tac

El primer sonido que escuchamos es el del corazón de nuestra madre meses antes de salir al mundo exterior, y aquel sonido es ritmo, compás, armonía, matemáticas, seguridad, consuelo, alimento, vida. Ese es el sencillo misterio del poder de la música: nuestro cerebro está empapado de ella desde el principio del principio. Por eso los bebés se duermen cuando les cantamos una nana, por eso los cachorros de perro dejan de llorar si escuchan el tic-tac de un reloj bajo una cálida toalla, por eso nos hace felices el sonido de la lluvia batiendo sobre las barandas de los balcones y los techos de los coches aparcados en la acera.

martes, 17 de junio de 2014

La isla del tesoro

El otro día fui a la consulta de mi psiquiatra. Estuvimos hablando un rato. Ella me preguntó qué tal estaba y yo le contesté que bien, mucho mejor. La doctora escribía en el ordenador mirándome de hito en hito. Quedamos en volver a vernos el veintisiete de agosto a las siete de la tarde. Si todo seguía yendo bien, añadió, comenzaría a reducir la dosis de Sertralina.

Eran las ocho de la tarde cuando salí a la calle. Hacía calor. De regreso a casa pasé junto a un descampado cubierto de desbordante vegetación: zarzales, pequeñas y blancas rosas silvestres, tres almendros sin podar. Pensé en los veranos de mi infancia, aquellas largas vacaciones en las que nos pasábamos el día en el campo como temporales niños salvajes, exploradores de pacotilla, robinsones suizos, hijos del capitán Grant, Jim Hawkins eternos en los bosques de una eterna isla del tesoro.

jueves, 12 de junio de 2014

Después de la tormenta

Todos estos días de insoportable bochorno han estallado hace una hora en forma de violenta tormenta de verano. Rachas furiosas de lluvia golpeaban la fachada de mi edificio inundando de agua la pequeña galería del apartamento. Mientras la recogía con la fregona una y otra vez, descalzo grumete Sísifo de espíritu inquebrantable, retumbaban los truenos y la ciudad entera parecía entrar en pánico. Mucho trabajo pero qué placer sentir el paulatino frescor del aire húmedo y limpio. Poco a poco las ráfagas de lluvia han ido perdiendo fuerza hasta recuperar una mansa verticalidad. He recogido las cosas, he secado mis pies con una toalla, me he servido un bourbon con hielo y me he sentado frente a la mesa del salón dispuesto a escribir, repentinamente esperanzado.


Mumford & Sons - After the Storm, 2009.

lunes, 9 de junio de 2014

Un pálido círculo invisible

El ventilador se mueve pacíficamente de izquierda a derecha y de derecha a izquierda en la esquina del salón, sus tres álabes convertidos en un pálido círculo invisible.

El calor ha regresado a mi mundo con la misma cruel indiferencia que el año pasado, ajeno a cualquier atisbo de civilización o respeto a mi condición de animal de sangre caliente.

En la tapia de una de las esquinas de mi calle se marchitan las flores amarillas y blancas de un gran arbusto de madreselva. En el cielo vuelan vencejos de verdad, no los aviones comunes que anidaban en mi casa de Binéfar y confundí durante años con aquellos.

Por la tarde recorté con una máquina mi barba de náufrago.  Llevaba cuatro semanas sin hacerlo.  Desde el otro lado me observaban dos ojos pequeños y fríos.

jueves, 5 de junio de 2014

lunes, 2 de junio de 2014

Astronauta

El verde esmeralda de hace unas semanas es ahora un mar amarillo de cereal en sazón. Navegan algunas pocas nubes blancas en el cielo azul cielo. Conduzco detrás y delante de decenas de vehículos como el mío. Este planeta no es Marte, no es Júpiter, no es Plutón. Hago descender la ventanilla eléctrica pulsando un botón y respiro sin miedo.